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Diario de viaje por la isla de Cuba (décima entrega)



Y conocimos un cayo, el Santa María, al que se puede llegar por unos 40 km de piedraplén construidos hace unos años. La playa con sus variaciones de turquesas nos sedujo, y los caracoles y corales fosilizados nos deslumbraron.

Restos de una salinera
Restos de una salinera

Nadie nos supo explicar la diferencia entre un cayo y una isla, y como acceder a internet y a San Google en Cuba es difícil, nos quedamos sin conocer la diferencia.

Más allá de ello, la playa del cayo por el que optamos, es bellísima y no había nadie a muchos metros a la redonda. Nos contaron que hay 3 cayos a los que se puede llegar por vía terrestre, y el más cercano era el Santa María.

Tanta belleza, tanto mar, tanto clima agradable originó en el grupo la veta artística de cada uno, así que la tarde fue a pura danza en la playa, cantos, destrezas físicas y otras expresiones. Parece que en la exigente vida cotidiana que llevamos el resto del año nos sofoca nuestra veta más artística que acá explotó.

Encontramos estrellas de mar de 40 cm entre las puntas, fósiles de millones de años con diversas figuras, corales petrificados con sus múltiples formas…

Eulalio, el chofer del taxi que tomamos, nos contó sobre lo que fuimos viendo en el camino, como los ingenieros cubanos construyeron el piedraplén de unos 40 km para unir a Cuba con el cayo, como los huracanes lo destruyen constantemente, como así también estropean casas y edificios.

Nos explicó también que parte de La Habana está deteriorada por el daño que provoca el agua y la sal de los huracanes.

Y también nos contó su triste historia personal. “Mi hija se fue a Miami, el marido la convenció. No tenía por qué irse, acá estaba bien, por capricho se fue, acá vivía bien”, se lamentaba.

Y cuando le preguntamos si en Estados Unidos no gana mucho dinero, respondió “trabaja mucho y gana más o menos”. Un gran porcentaje de la población cubana tiene un pariente o está casada con algún extranjero y es una herida sin curar.

Regresamos a Cabiarién, a la casa que alquilamos. De sobremesa, Virginia la propietaria, se quedó a charlar. Y aprovechamos a conocer cómo se organiza la sociedad políticamente.

El barrio está dividido en once Comités de Defensa de la Revolución (CDR) que a su vez, eligen a un delegado ante el municipio. Los CDR se reúnen cada tres meses en asamblea para discutir sobre los problemas del barrio. A su vez los presidentes de los CDR se juntan y por último el delegado mantiene las reuniones pertinentes con sus pares y los funcionarios municipales. De esa forma resuelven los problemas.

Le preguntamos qué porcentaje de gente participaba de las asambleas de los CDR y dijo que en su zona llegaba al 80 % pero no que no en todas partes era igual. Reconoció que en Cuba hay desigualdades a pesar del socialismo.

Y observó que no se cumple una de las máximas de esta teoría política que es “a cada cual según su capacidad y trabajo”. Es que uno de los mayores problemas de Cuba es que los trabajos muy calificcados tienen bajísima remuneración.

Su marido, con varios doctorados en ramas de la ingeniería y tres idiomas, trabaja rentando la casa porque es mjucho más redituable.

El hecho provoca q         ue la generación más joven no quiera estudiar ni trabajar, y pulule alrededor de los turistas, cuyas propinas son muchas veces uno o dos sueldos de un médico o un ingeniero cubano.

Virginia confía en que la revolución socialista va a seguir rigiendo los destinos de Cuba, porque es la mejor opción, pero, como el resto de la gente con la que hablamos, reconoció que son necesarios cambios urgentes.

Uno de ellos es la unificación de la moneda, anunciada ya por Raúl Castro. Cuba hoy tiene dos monedas, una con la que se pagan los salarios y otra para el turismo. Esto provoca fuertes diferencias a la hora de ganar dinero, y una injusticia para el trabajador que no está en contacto con el turismo.

Virginia cree que cuando se unifique la moneda, los profesionales ganarán lo que les corresponde y los jóvenes dejarán de acosar a los turistas y buscarán estudiar y trabajar.

Nos fuimos a dormir tarde, a las 23 horas. Es que en Cuba se cena a partir de las 19 o 20 horas y para las 22 horas se está durmiendo. Y la vida cubana se puede pispear sin problemas. No solo porque “viven” en las veredas, sino porque cuando encierran en sus casas, las ventanas y las puertas permanecen abiertas. Así pudimos comprobar que la telenovela y el partido de bèisbol televisado son sagrados para los cubanos y que es la única hora en que las calles quedan vacías.

Mañana iremos a Matanzas, cerca de las Cuevas de Bellamar y de Varadero. Y les contaremos.